lunes, 14 de diciembre de 2020

EL TEMPLO DE ARENA


EL TEMPLO DE ARENA

Una caravana de camellos transitaba por el caluroso Sahara, el agua comenzaba a escasear después de varios días caminando por las dunas, y perder un día por una tormenta de arena. Estaba previsto  llegar a un Oasis a casi un día de camino, ese día que estuvieron perdidos les había hecho acabar con el bien más preciado en el desierto, el agua.

La caravana estaba formada por beduinos y una familia de exploradores españoles, el padre era un estudioso de la arqueología, y su esposa, una nombrada antropóloga, viajaban con su hijo, un niño de unos siete años que comenzaba a sentir los efectos del sol.  De repente, los camellos comenzaron a cabalgar rápido por las dunas y al cabo de unos minutos, el Oasis esperado... Se detienen para acampar, algunos dátiles saborearon ya maduros que recogieron del suelo,y una vez el campamento montado, el cansancio les venció, y  tanto ellos, como los beduinos, quedaron dormidos  mientras los camellos se abastecían con el verde pasto a orillas del manantial que dio vida a los viajeros.

El niño no dormía, tan travieso como su padre cuando tenía su edad, asomo la cabeza por la tienda y a lo lejos vio brillar algo entre las doradas arenas del desierto, atrevido, se dirige hasta allí. Andaba cauteloso para que nadie le viera y no ser descubierto por sus padres. El niño se fue alejando del campamento, en dirección aquello que brillaba en la arena del desierto. En su imaginación infantil, pensó en una lámpara de Aladino, y se veía en una alfombra voladora recorriendo los paisajes del mundo, así que aún se entusiasmo más y se acerco más deprisa, no parecía que estaba tan lejos. Hasta que por fin llego a la luz y vio semienterrada una pequeña esfinge de oro.

 Quiso cogerla pero cuando quiso alzarla, la arena del desierto se abrió, y las dunas del desierto se esparcieron formando un maravilloso Templo de arena al cual se accedía con unas grandes escalinatas. El niño creyó que era una alucinación un espejismo a consecuencia del sol, pero aun así, fue subiendo los peldaños del Templo y entro en un suntuoso salón lleno de estatuas y de pinturas de los bereberes,  jamás había visto nada igual, ni en los libros de sus padres.

Al centro había como un trono y un gran báculo, que al caminar, torpemente tropezó con él y cayo un gigantesco “ojo” que había en un pedestal.

El ruido fue tremendo todo se iluminó, y una gran piedra lapislázuli comenzó a brillar. Se sintió observado, pero a nadie vio, estaba tan intrigado, que se olvido de quienes dormían fuera. De repente escuchó como un silbido y una gran serpiente cobra se abalanza sobre él, instintivamente se hace a un lado, vuelve al ataque  contra el niño y cuando esta estaba a punto de lograr su cometido, algo la detiene en el aire quedando flotando a unos centímetros de su cuello.

El niño se asustó mucho, odiaba los reptiles y ver suspendida en el aire esa gran cobra, esa serpiente de un negro  brillante  y ojos maléficos, le daba mucho miedo. Tanto que decide retroceder al pedestal de la entrada  y en ese instante el templo de arena se derrumba, como por arte de magia.

Asustado corre hacia el oasis con su padre, los busca, pero angustiado comprueba que solo están los camellos, y ningún rastro de sus padres, ni de los beduinos, ni siquiera había rastro alguno del campamento. Comienza a caminar en círculos alrededor del oasis buscando una explicación y tras muchas vueltas sin respuesta, ve que vuelve a ver brillar esa esfinge en la arena, decidido vuelve a buscarla  por si lo ocurrido tiene algo que ver con el templo. Se acerca  y escarba alrededor y allí esta, alza la esfinge y la arena vuelve a tomar forma nuevamente. 

El templo una vez más ahí estaba, subió las escaleras y nuevamente tropezó, lo único diferente era la serpiente, que aún permanecía suspendida en el aire, quién sabe por qué.

Se acercó al pedestal, lo toca con sus manos y este se abre mostrando una cajita con un corazón dorado, que colgaba de una cadenita que le regalo a su madre en su cumpleaños. La toma en sus manos,  sus ojos se cerraron, sintió el deseo de pedir algo y pidió regresar con sus padres... Pero al abrirlos aún estaba allí. Ese deseo nuevamente se instalaba en el, así una y otra vez, muchas veces hasta que cansado ya dejo la cadeneta  se sentó al lado del pedestal mientras miraba la serpiente suspendida en el aire.

No sabía su significado, pero intuía que algo quería decir, intentaba averiguar cómo recuperar a sus padres, a su gente, y recordó que su padre le contó una vez, que las serpientes en el antiguo Egipto, se les otorgaba un poder infinito Eran las guardianas de grandes tesoros y también protectoras y pensó que quizás al coger al esfinge, profano algo que no debía haber abierto, y como castigo desaparecieron sus padres. Se sintió tan mal, que convencido de su culpa se puso a llorar amargamente  y cada vez que pensaba en sus padres más culpables se sentía.

Sus lágrimas, eran salidas de su corazón, se sentía perdido, y seguía sujetando el corazoncillo dorado con la cadenita, jugaba con ella entre los dedos y con mucho sentimiento lo apretó con sus manos y se lo llevo a los labios besándolo y musitando  entre llantos – ¡Mamá!— Al enjugar sus lágrimas una de ellas cayó al suelo y rápidamente como si fuera un rio de lava comenzó arder los surcos iluminando la estancia. Y lo que se mostró ante sus ojos, no lo podía creer, estaba repleto de grandes tesoros, oro, piedras preciosas, joyas, figuras, cofres con monedas, aquello era impresionante, pero aun así lejos de impresionarle, siguió llorando y otra de sus lagrimas cayó sobre la pequeña esfinge que había encontrado en la arena y yacía a sus pies. Al contacto de la lagrima, la esfinge cobro vida, se alzó majestuosa ante el niño y le hablo con una voz muy dulce y le pregunto

— ¿Porque lloras pequeño?—Deberías alegrarte, la nobleza de tus lágrimas ha dejado al descubierto el mayor tesoro guardado en el desierto, ahora es tuyo, todo te pertenece, eres su dueño.

El niño, lejos de inmutarse ante la imagen, no dejo de llorar y la esfinge seguía hablándole, poniendo a prueba su codicia o su recelo por poseer ese gran tesoro que cualquier mortal no dejaría escapar. Pero el niño solo sufría en su corazón la ausencia de sus padres y seguía llorando y al final... después de insistirle mucho rato, la esfinge desistió y poniéndose frente a él, le pregunto

— ¿No te parecen grandes estas toneladas de oro? ¿Sabes la cantidad de cosas que podrías comprar con ellas?, ¿No es suficiente estos tesoros para ti?

El pequeño alzando el rostro lleno de lagrimas le respondió —Todo esto no vale nada para mi, nada tiene más valor, ni es más grande  que el amor de mi madre y mi padre,  nada de este oro puede reemplazar un abrazo de mi padre o un beso de mi madre , nada de todo esto puede llenar el vació que su ausencia duele en mi corazón, nada quiero, lo cambio todo por un beso de mi madre y por la sabiduría ,la enseñanza , el abrazo y el buen hacer de mi padre.

Y al escuchar estas palabras, la gran serpiente se iluminó. Y  se enderezo en la tierra  mostrándose altiva ante él y se alzo para hablarle

— iSi ese es tu deseo...Te concedemos y que asi sea!—dijo la serpiente—desechaste tesoros por el amor de tus padres, cuando salgas de aquí, ellos te estarán esperando, como si el tiempo no hubiera pasado y algún dia descubrirás un gran secreto que por tu valor, te desvelara el Templo de arena.

El niño sin pensarlo salió del templo y este desapareció como la otra vez, a lo lejos veía a sus padres gritando su nombre, finalmente lo ven y corren a fundirse en un gran abrazo, el niño se sintió feliz, pero no olvido las palabras de la serpiente y la esfinge.

Felices por el reencuentro, se abrazan y besan, y caminaron de vuelta cogida los tres de la mano, al llegar al campamento más tranquilos, sus padres él comentan

—Hijo, buscamos el momento ideal para contarte algo, y creo que este es el lugar perfecto, el niño les miro y pregunto – ¿El lugar perfecto para qué?— su madre le sonrió y le dijo—Vas a tener un hermano muy pronto, y al decir eso el suelo se estremeció, el desierto dejo de serlo, el amor daría paso a la vida una vez más.

Nada tiene más valor ante todos los tesoros del mundo, que el amor, la amistad, el cariño y los sentimientos que nacen en el corazón. Se dice que en otros desiertos, hay templos de arena que esperan la llamada de aquel que con su amor incondicional haga temblar a la tierra. 

Autora Azalea Emy Vallés Gil (c) Relato de mi libro "Sueños vestidos de magia"

 

 

 

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